Introducción al Infierno, por Félix Máximo López
Actualizado: 13 nov 2023
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LOCO 4º
“Cuatro sastres se juntaron á las puertas del infierno,
y no pudieron entrar por estar ya todo lleno.”
Repasando la estética del barroco español en la literatura, el conceptismo, el culteranismo y el manierismo:
El conceptismo es una corriente de la literatura, con especial curso en la lírica cancioneril del siglo XV y el Barroco del siglo XVII en España, que se funda en una asociación ingeniosa entre palabras e ideas denominadas "concepto" o "agudeza". Francisco de Quevedo y Villegas, uno de los más grandes representantes del conceptismo barroco.
En su busca de distinción cortesana, el conceptismo dificulta la comprensión acumulando un máximo pensamiento en un mínimo de forma, para lo cual hace un gran y extenso uso de las figuras retóricas (elipsis y zeugma, sobre todo) y escoge prioritariamente la prosa, al contrario que el Culteranismo, estética conceptista que prefiere el verso y sigue el procedimiento opuesto de amplificar un mínimo de pensamiento en un máximo de forma confusa y laberíntica que impresione y confunda los sentidos. En ambos casos la expresión es retorcida y enigmática y el deleite artístico se obtiene de su desciframiento.
El conceptismo se funda en la agudeza, o refinamiento cortesano y aristocrático del ingenio; esta se expresa en forma concreta mediante conceptos, que Ramón Menéndez Pidal define así:
Contrastando con el lenguaje del siglo xvi d. C., predomina en el XVII la frase elíptica. Era esta la forma apropiada para el estilo conceptuoso que entonces predominó entre los prosistas (contrario al que dominó entre los poetas, el culterano). La cláusula corta se prestaba muy especialmente para exponer los conceptos, que así llamaban a la comparación primorosa de dos ideas que mutuamente se esclarecen, y en general, todo pensamiento agudo enunciado de una manera rápida y picante. Lo que principalmente buscaba el conceptista al escribir era hacer gala de agudeza e ingenio, por eso muestra gusto especial por las metáforas forzadas, asociaciones anormales de ideas, transiciones bruscas y gusto por los contrastes violentos en que se funda todo humorismo, que humoristas son los grandes escritores de este siglo, Quevedo y Gracián. En estos autores geniales el humorismo aparece lleno de profundidad, la frase encierra más ideas que palabras (al revés del culteranismo, que prodiga más las palabras que las ideas). Pero en los autores de orden inferior de este siglo la agudeza suele estribar únicamente en lo rebuscado del pensamiento, en equívocos triviales y en estrambóticas comparaciones.
El culteranismo es una corriente literaria del Barroco español dentro de la más general del conceptismo, con el cual comparte la intención de intensificar la expresión, separándola del equilibrio y claridad clásica, pero en lugar de la condensación de significados propia del conceptismo más característico, aboga por la perífrasis embellecedora y la elusión del vocabulario común, utilizando para ello la latinización de la sintaxis y el léxico mediante el hipérbaton y los cultismos; recurre además a las metáforas puras y las perífrasis elusivas, a menudo con referentes de la mitología clásica.
Se conoce a esta estética también como gongorismo a causa de su mayor exponente español, el poeta cordobés Luis de Góngora, que contribuyó a formarla y le dio su forma definitiva.
En otros países existió una estética semejante: en Italia el marinismo (por el poeta Gianbattista Marino, 1569-1625); el preciosismo en Francia (Vincent Voiture, 1598-1648) y el eufuismo en Gran Bretaña (John Lyly, 1553-1606); por cierto que desde un precedente del siglo XVI español, fray Antonio de Guevara. Luis de Góngora, fue el creador del culteranismo o gongorismo.
La denominación «culteranismo» surgió como término despectivo creado desde un juego conceptista, con la mezcla de la verdadera poesía y para señalar a los autores y destinatarios de su poesía: los cultos. Se trató de una rama de la estética barroca del Conceptismo en cuanto dificulta cortesanamente el entendimiento de la obra literaria, no mediante la concisión y la concentración de significado (la llamada agudeza de Baltasar Gracián), como era lo habitual, sino mediante su dispersión y organización en forma de enigma para ejercitar la cultura y la inteligencia al descifrar una forma más dilatada y sensorial. En las artes plásticas este arte se refleja por medio de la utilización de emblemas y alegorías.
Fue profundamente estudiado por Dámaso Alonso a raíz de la celebración del tricentenario de Luis de Góngora, y sus principales características son:
· Ornamentación sensorial del ver (aliteraciones, epítetos, ...).
· Preferencia por una sintaxis de largos y laberínticos periodos de compleja trabazón hipotáctica.
· Latinización de la sintaxis mediante un extremo y violento hipérbaton, y el uso de ciertas fórmulas, (A si no B, etc.) y construcciones propias del latín.
· Abuso de los cultismos o palabras extraídas sin cambios del latín, que de esa manera pasaron a enriquecer el idioma.
· Uso de la metáfora pura y de la imagen más audaz.
· Sublimación de lo humilde y denuesto de lo noble.
· Abundancia de perífrasis en forma de alusiones y elusiones de términos léxicos o referentes mitológicos y culturales.
· Una abundante intertextualidad entre autores latinos, griegos y modernos.
El manierismo en la literatura. En historia de la literatura, la literatura manierista se interpreta como un proceso evolutivo que afecta a las formas y a la actitud de los poetas. El cambio que afecta a las formas, por influencia de las artes.
Tanto por época como por ciertos rasgos estilísticos, autores de la talla de Torquato Tasso, Camoens, Shakespeare y Cervantes serían manieristas.También ha sido calificada de manierista la Pleiáde francesa de mediados del siglo XVI, la poesía metafísica inglesa de comienzos del siglo XVII y la poesía italiana de Giovanni della Casa o Giambattista Marino.
Las características formales y conceptuales de la literatura de este grupo de autores muestra el paso de la atmósfera renacentista humanista, idílica y clasicista, a otra que puede calificarse de "manierista" por su melancolía, desencanto, complejidad y pathos, que apunta ya a los contrastes de la literatura del Barroco. Se acrecienta una nueva dimensión trágica en los héroes, cuya victoria moral se da muchas veces en virtud de su derrota, en una visión sobre el destino que diverge de la clásica. En términos formales, los dramas de Shakespeare y la prosa de Cervantes se realizan con quiebras de continuidad, con un tratamiento libre y desigual de espacio y tiempo (unidades aristotélicas),30 negando la economía, el orden y la linealidad clásicos, en una continua y extravagante expansión y variación de su material, en la caracterización psicológica inconsistente, ambigua e imprevisible de sus personajes, en la yuxtaposición de recursos altamente formalistas y convencionales con otros sacados de lo prosaico, lo improvisado y lo vulgar. También es un típico recurso manierista valerse de metáforas oscuras y sobrecargadas, de lo mágico y lo fantástico, de antítesis, asonancias y paronomasias, de lo intrincado y lo enigmático, poner en cruda evidencia las debilidades de los héroes, que pueden ser muchas y profundas (antihéroe), y que por eso mismo les hacen, a los ojos modernos, tan reales, vivos y verdaderos.
Luis Vélez de Guevara (Écija, provincia de Sevilla, 1 de agosto de 1579–Madrid, 10 de noviembre de 1644), dramaturgo y novelista español del Siglo de Oro autor de "El Diablo Cojuelo". Se ubica dentro de la estética del Barroco del conceptismo.
El Diablo Cojuelo
<<Vuelve allí los ojos a aquella cuadrilla de sastres que están acabando unas vistas para un tonto que se casa a ciegas, que es lo mismo que por relación, con una doncella tarasca, fea, pobre y necia, y le han hecho creer al contrario con un retrato que le trujo un casamentero, que a estas horas se está levantando con un pleitista que vive pared y medio de él, el uno a cansar ministros y el otro a casar todo el linaje humano; que solamente tú, por estar tan alto, estás seguro de este demonio, que en algún modo lo es más que yo.>>
<<-Esta es la casa de los locos -respondió el Cojuelo-, que ha poco que se instituyó en la Corte, entre unas obras pías que dejó un hombre muy rico y muy cuerdo, donde se castigan y curan locuras que hasta ahora no lo habían parecido.
-Entremos dentro -dijo don Cleofás- por aquel postiguillo que está abierto, y veamos esta novedad de locos.
Y, diciendo y haciendo, se entraron los dos, uno tras otro; pasando un zaguán, donde estaban algunos de los convalecientes pidiendo limosna para los que estaban furiosos, llegaron a un patio cuadrado, cercado de celdas pequeñas por arriba y por abajo, que cada una de ellas ocupaba un personaje de los susodichos. A la puerta de una de ellas estaba un hombre, muy bien tratado de vestido, escribiendo sobre la rodilla y sentado sobre una banqueta, sin levantar los ojos del papel, y se había sacado uno con la pluma sin sentirlo. El Cojuelo le dijo:
-Aquel es un loco arbitrista que ha dado en decir que ha de hacer la reducción de los cuartos, y ha escrito sobre ello más hojas de papel que tuvo el pleito de don Álvaro de Luna.
-Bien haya quien le trujo a esta casa -dijo don Cleofás-; que son los locos más perjudiciales de la república.
-Ese otro que está en ese otro aposentillo -prosiguió el Cojuelo- es un ciego enamorado, que está con aquel retrato en la mano, de su dama, y aquellos papeles que le ha escrito, como si pudiera ver lo uno ni leer lo otro, y da en decir que ve con los oídos. En ese otro aposentillo lleno de papeles y libros está un gramaticón que perdió el juicio buscándole a un verbo griego el gerundio. Aquel que está a la puerta de ese otro aposentillo con unas alforjas al hombro y en calzón blanco, le han traído porque, siendo cochero, que andaba siempre a caballo, tomó oficio de correo de a pie. Ese otro que está en ese otro de más arriba con un halcón en la mano es un caballero que, habiendo heredado mucho de sus padres, lo gastó todo en la cetrería y no le ha quedado más que aquel halcón en la mano, que se las come de hambre. Allí está un criado de un señor, que, teniendo qué comer, se puso a servir. Allí está un bailarín que se ha quedado sin son, bailando en seco. Más adelante está un historiador que se volvió loco de sentimiento de haberse perdido tres décadas de Tito Livio. Más adelante está un colegial cercado de mitras, probándose la que le viene mejor, porque dio en decir que había de ser obispo. Luego, en ese otro aposentillo, está un letrado que se desvaneció en pretender plaza de ropa, y de letrado dio en sastre, y está siempre cortando y cosiendo garnachas. En esa otra celda, sobre un cofre lleno de doblones, cerrado con tres llaves, está sentado un rico avariento, que, sin tener hijo ni pariente que le herede, se da muy mala vida, siendo esclavo de su dinero y no comiendo más que un pastel de a cuatro, ni cenando más que una ensalada de pepinos, y le sirve de cepo su misma riqueza. Aquel que canta en esa otra jaula es un músico sinsonte, que remeda los demás pájaros, y vuelve de cada pasaje como de un parasismo. Está preso en esta cárcel de los delitos del juicio porque siempre cantaba, y cuando le rogaban que cantase, dejaba de cantar. >>
<<El Cojuelo dijo:
-Quiero tomar tu consejo, porque, pues los demonios enloquecen, no hay que fiar de sí nadie.
-Desde vuestra primera soberbia -dijo don Cleofás- todos lo estáis; que el infierno es casa de todos los locos más furiosos del mundo. >>
Dante Alighieri, bautizado Durante di Alighiero degli Alighieri (Florencia, c. 29 de mayo de 1265-Rávena, 14 de septiembre de 1321), fue un poeta y escritor italiano, conocido por escribir la Divina comedia, una de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval al renacentista y una de las cumbres de la literatura universal.
La fecha exacta del nacimiento de Dante es desconocida, aunque generalmente se cree que fue alrededor de 1265. Esto puede deducirse de las alusiones autobiográficas reflejadas en la Vita nuova.4Durante su vida, Dante participó activamente en las luchas políticas de su tiempo, por lo que fue desterrado de su ciudad natal, y fue un activo defensor de la unidad italiana. Escribió varios tratados en latín sobre literatura, política y filosofía. A su pluma se debe el tratado en latín De Monarchia, de 1311, que constituye una exposición detallada de sus ideas políticas, entre las cuales se encuentran la necesidad de la existencia de un Sacro Imperio Romano y la separación de la Iglesia y el Estado.5 En 1289 participó en la batalla de Campaldino durante la guerra entre Florencia y Arezzo, y contribuyó así a la victoria de los florentinos.
Apodado «el Poeta Supremo» (en italiano «il Sommo Poeta»), también se le considera el «padre del idioma italiano» (llamado volgare en aquella época). Su primera biografía fue escrita por Giovanni Boccaccio (1313-1375), en el Trattatello in laude di Dante.
La Divina comedia es una epopeya alegórica en tercetos encadenados escrita entre 1304 y su muerte, considerada como una de las obras maestras de la literatura italiana y mundial. Numerosos pintores de todos los tiempos crearon ilustraciones sobre ella, destacándose entre ellos Sandro Botticelli, Gustave Doré y Salvador Dalí. Dante la escribió en el dialecto toscano, matriz del italiano actual, que se utilizó entre los siglos XI y XII. La obra se divide en tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso.
Cada una de sus partes está dividida en treinta y tres cantos, a su vez compuestos de tercetos. La composición del poema se ordena según el simbolismo del número tres (número que simboliza la trinidad sagrada, Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como también, el número tres simboliza el equilibrio y la estabilidad en algunas culturas, y que también tiene relación con el triángulo y la perfección): tres personajes principales, Dante, que personifica al hombre, Beatriz, que personifica a la fe, y Virgilio, que personifica a la razón; la estrofa tiene tres versos y cada una de las tres partes cuenta con treinta y tres cantos. El poema puede leerse según los cuatro significados que se atribuyen a los textos sagrados: literal, moral, alegórico y anagógico. En este poema, Dante hace gala de un gran poder de síntesis que es característico de los grandes poetas.
Dante, modestamente, tituló Comedia a la obra pues, de acuerdo con el esquema clásico, no podía ser una tragedia, ya que su final era feliz. El libro suele presentarse actualmente con un gran cuerpo de notas que ayudan a entender quiénes eran los personajes mencionados. Estos comentarios incluyen interpretaciones de las alegorías o significados místicos que contendría el texto, que otros prefieren leer como un relato literal. Esta tendencia se acentuó en el siglo XX entre los exégetas y críticos de La divina comedia, muchos de los cuales sostienen que Dante narró una historia en el mundo material de ultratumba tal como se lo concebía en su tiempo. Miguel Asín Palacios, por otra parte, destacó la importancia de la escatología musulmana en la estructura del Infierno dantesco, y en particular de la obra Escala de Mahoma, en la que Mahoma, guiado por el arcángel Gabriel, recorre el Cielo y el Infierno, dividido este último en siete estancias.
La palabra infierno viene del latín inférnum o ínferus (por debajo de, lugar inferior, subterráneo), y está en relación con las palabra Seol (hebreo) y hades (del griego). Según muchas religiones, es el lugar donde después de la muerte son torturadas eternamente las almas de los pecadores. Es equivalente al Gehena del judaísmo, al Tártaro de la mitología griega, al Helheim según la mitología nórdica y al Inframundo de otras religiones. Las religiones con una historia divina lineal a menudo conciben el Infierno como infinito (por ejemplo, las creencias del cristianismo).
SUEÑO DEL INFIERNO
CARTA A UN AMIGO SUYO
Francisco de Quevedo Villegas
DISCURSO
Yo, que en el Sueño del Juicio vi tantas cosas y en El alguacil endemoniado oí parte de las que no había visto, como sé que los sueños las más veces son burla de la fantasía y ocio del alma, y que el diablo nunca dijo verdad, por no tener cierta noticia de las cosas que justamente nos esconde Dios, vi, guiado del ángel de mi guarda, lo que se sigue, por particular providencia de Dios; que fue para traerme, en el miedo, la verdadera paz. Halléme en un lugar favorecido de naturaleza por el sosiego amable, donde sin malicia la hermosura entretenía la vista (muda recreación), y sin respuesta humana platicaban las fuentes entre las guijas y los árboles por las hojas, tal vez cantaba el pájaro, ni sé determinadamente si en competencia suya o agradeciéndoles su armonía. Ved cuál es de peregrino nuestro deseo, que no halló paz en nada desto. Tendí los ojos, cudiciosos de ver algún camino por buscar compañía, y veo, cosa digna de admiración, dos sendas que nacían de un mismo lugar, y una se iba apartando de la otra como que huyesen de acompañarse. Era la de mano derecha tan angosta que no admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos. Con todo, vi algunos que trabajaban en pasarla, pero por ir descalzos y desnudos, se iban dejando en el camino unos el pellejo, otros los brazos, otros las cabezas, otros los pies, y todos iban amarillos y flacos. Pero noté que ninguno de los que iban por aquí miraba atrás, sino todos adelante. Decir que puede ir alguno a caballo es cosa de risa. Uno de los que allí estaban, preguntándole si podría yo caminar aquel desierto a caballo, me dijo:
-San Pablo le dejó para dar el primer paso a esta senda.
Y miré, con todo eso, y no vi huella de bestia ninguna. Y es cosa de admirar que no había señal de rueda de coche ni memoria apenas de que hubiese nadie caminado por allí jamás. Pregunté, espantado desto, a un mendigo que estaba descansando y tomando aliento, si acaso había ventas en aquel camino o mesones en los paraderos.
Respondióme:
-¿Venta aquí, señor, ni mesón? ¿Cómo queréis que le haya en este camino, si es el de la virtud? En el camino de la vida -dijo- el partir es nacer, el vivir es caminar, la venta es el mundo, y en saliendo della, es una jornada sola y breve desde él a la pena o a la gloria.
Diciendo esto se levantó y dijo:
-¡Quedaos con Dios!; que en el camino de la virtud es perder tiempo el pararse uno y peligroso responder a quien pregunta por curiosidad y no por provecho.
Comenzó a andar dando tropezones y zancadillas y suspirando; parecía que los ojos con lágrimas osaban ablandar los peñascos a los pies y hacer tratables los abrojos.
-¡Pesia tal!-dije yo entre mí-¿Pues tras ser el camino tan trabajoso es la gente que en él anda tan seca y poco entretenida? ¡Para mi humor es bueno!
Di un paso atrás y salíme del camino del bien, que jamás quise retirarme de la virtud que tuviese mucho que desandar ni que descansar. Volví a la mano izquierda y vi un acompañamiento tan reverendo, tanto coche, tanta carroza cargada de competencias al sol en humanas hermosuras, y gran cantidad de galas y libreas, lindos caballos, mucha gente de capa negra y muchos caballeros. Yo, que siempre oí decir "Dime con quién fueres y diréte cuál eres", por ir con buena compañía puse el pie en el umbral del camino, y sin sentirlo me hallé resbalado en medio dél como el que se desliza por el hielo, y topé con el que había menester, porque aquí todos eran bailes y fiestas, juegos y saraos, y no el otro camino, que por falta de sastres iban en él desnudos y rotos, y aquí nos sobraban mercaderes, joyeros y todos oficios. Pues ventas, a cada paso, y bodegones sin número. No podré encarecer qué contento me hallé en ir en compañía de gente tan honrada, aunque el camino estaba algo embarazado, no tanto con las mulas de los médicos como con las barbas de los letrados, que era terrible la escuadra dellos que iba delante de unos jueces. No digo eso porque fuese menor el batallón de los doctores, a quien nueva elocuencia llama ponzoñas graduadas, pues se sabe que en sus universidades se estudia para tósigos. Animóme para proseguir mi camino el ver no solo que iban muchos por él, sino la alegría que llevaban, y que del otro se pasaban algunos al nuestro, y del nuestro al otro por sendas secretas. Otros caían, que no se podían tener, y entre ellos fue de ver el cruel resbalón que una lechigada de taberneros dio en las lágrimas que otros habían derramado en el camino, que por ser agua se les fueron los pies y dieron en nuestra senda unos sobre otros. Íbamos dando vaya a los que veíamos por el camino de la virtud más atrabajados. Hacíamos burla dellos, llamábamosles heces del mundo y desecho de la tierra. Algunos se tapaban los oídos y pasaban adelante; otros que se paraban a escucharnos, dellos desvanecidos de las muchas voces y dellos persuadidos de las razones y corridos de las vayas, caían y se bajaban. Vi una senda por donde iban muchos hombres de la misma suerte que los buenos, y desde lejos parecía que iban con ellos mismos; y llegado que hube vi que iban entre nosotros. Estos me dijeron que eran los hipócritas, gente en quien la penitencia, el ayuno, la mortificación, que en otros son mercancía del cielo, es noviciado del Infierno. Había muchas mujeres tras estos besándoles las ropas, que en besar algunas son peores que Judas, porque él besó, aunque con ánimo traidor, la cara del Justo Hijo de Dios y Dios verdadero, y ellas besan los vestidos de otros tan malos como Judas. Atribúyolo, más que a devoción, en algunas, a golosina en el besar. Otras iban cogiéndoles de las capas para reliquias, y algunas cortan tanto que da sospecha que lo hacen más por verlos en cueros o desnudos que por fe que tengan con sus obras. Otras se encomiendan a ellos en sus oraciones, que es como encomendarse al diablo por tercera persona. Vi algunas pedirles hijos, y sospecho que marido que consiente en que pida hijos a otro la mujer, se dispone a agradecérselo si se les diere. Esto digo por ver que pudiendo las mujeres encomendar sus deseos y necesidades a san Pedro, a san Pablo, a san Juan, a san Agustín, a santo Domingo, a san Francisco, y otros santos, que sabemos que pueden con Dios, se den a estos que hacen oficio la humildad y pretenden irse al cielo de estrado en estrado y de mesa en mesa. Al fin conocí que iban estos arrebozados para nosotros, mas para los ojos eternos, que abiertos sobre todos juzgan el secreto más escuro de los retiramientos del alma, no tienen máscara. Bien que hay muchos buenos espíritus a quien debemos pedir favor con los Santos y con Dios, mas son diferentes destos de quien antes se les ve la diciplina que la cara y alimentan su ambiciosa felicidad del aplauso de los pueblos, y diciendo que son unos indignos y grandísimos pecadores y los más malos de la tierra, llamándose jumentos engañan con la verdad, pues siendo hipócritas, lo son al fin. Iban estos solos aparte y reputados por más necios que los moros, más zafios que los bárbaros y sin ley, pues aquellos, ya que no conocieron la vida eterna ni la van a gozar, conocieron la presente y holgáronse en ella, pero los hipócritas ni la una ni la otra conocen, pues en esta se atormentan y en la otra son atormentados, y en conclusión, destos se dice con toda verdad que ganan el infierno con trabajos. Todos íbamos diciendo mal unos de otros, los ricos tras la riqueza, los pobres pidiendo a los ricos lo que Dios les quitó. Van por un camino los discretos, por no dejarse gobernar de otros, y los necios, por no entender a quien los gobiernan, aguijan a todo andar. Las justicias llevan tras sí los negociantes, la pasión a las mal gobernadas justicias, y los reyes desvanecidos y ambiciosos, todas las repúblicas. No faltaron en el camino muchos ecclesiásticos, muchos teólogos. Vi algunos soldados, pero pocos, que por la otra senda, a fuerza de absoluciones y gracias, iban en hileras ordenados honradamente triunfando de su sangre; pero los que nos cupieron acá era gente, que si como habían extendido el nombre de Dios jurando, lo hubieran hecho peleando, fueran famosos. Estos iban muy desnudos, que por la mayor parte los tales que viven por su culpa, traen los golpes en los vestidos y sanos los cuerpos. Andaban cantando entre sí las ocasiones en que se habían visto, los malos pasos que habían andado (que nunca estos andan en buenos pasos) y nada desto les creíamos, teniéndoles por mentirosos; solo cuando, por encarecer sus servicios, dijo uno a los otros: "¡Qué digo, camarada! ¡Qué trances hemos pasado y qué tragos!", lo de los tragos se les creyó, porque hacían fe recuas de mosquitos que les rodeaban las bocas, golosas del aliento parlero del mucho mosto que habían colado. Miraban a estos pocos los muchos capitanes, maestres de campo, generales de ejércitos, que iban por el camino de la mano derecha enternecidos, y oí decir a uno dellos que no lo pudo sufrir, mirando las hojas de lata llenas de papeles inútiles que llevaban estos ciegos que digo:
-¡Soldados, por acá! ¿Esto es de valientes, dejar este camino de miedo de sus dificultades? Venid, que por aquí de cierto sabemos que solo coronan al que legítimamente peleare. ¿Qué vana esperanza os arrastra? ¿Las anticipadas promesas de los reyes? No siempre, con almas vendidas, es bien que temerosamente suene en vuestros oídos "Mata o muere". Reprehended la hambre del premio, que de buen varón es seguir la virtud sola, y de cudiciosos los premios no más, y quien no sosiega en la virtud y la sigue por el interés y mercedes que se siguen, más es mercader que virtuoso, pues la hace a precio de perecedores bienes. Ella es don de sí misma, quietaos en ella.
Y aquí alzó la voz, y dijo:
-Advertid que la vida del hombre es guerra consigo mismo, y que toda la vida nos tienen en armas los enemigos del alma, que nos amenazan más dañoso vencimiento. Y advertid que ya los príncipes tienen por deuda nuestra sangre y vida, pues perdiéndolas por ellos, los más dicen que los pagamos y no que los servimos. ¡Volved, volved!
Oyéronlo ellos muy atentamente, y corridos de lo que les decían, como unos leones se entraron en una taberna.
Iban las mujeres al infierno tras el dinero de los hombres y los hombres tras ellas y su dinero, tropezando unos con otros. Noté cómo al fin del camino de los buenos algunos se engañaban y pasaban al de la perdición, porque como ellos saben que el camino del cielo es angosto y el del infierno ancho, y al acabar veían al suyo ancho y el nuestro angosto, pensando que habían errado o trocado los caminos, se pasaban acá, y de acá allá los que se desengañaban del remate del nuestro. Vi una mujer que iba a pie, y espantado de que mujer se fuese al infierno sin silla o coche, busqué un escribano que me diera fe dello y en todo el camino del infierno pude hallar ningún escribano ni alguacil, y como no los vi en él, luego colegí que era aquel el camino del cielo y este otro al revés. Quedé algo aconsolado, y solo me quedaba duda que como yo había oído decir que iban con grandes asperezas y penitencias por el camino dél, y veía que todos se iban holgando..., cuando me sacó desta duda una gran parva de casados que venían con sus mujeres de las manos, y que la mujer era ayuno del marido, pues por darle la perdiz y el capón no comía; y que era su desnudez, pues por darle galas demasiadas y joyas impertinentes iba en cueros; y al fin conocí que un mal casado tiene en su mujer toda la herramienta necesaria para mártir, y ellos y ellas, a veces, el infierno portátil. Ver esta asperísima penitencia me confirmó de nuevo en que íbamos bien, mas duróme poco, porque oí decir a mis espaldas:
-Dejen pasar los boticarios.
-¿Boticarios pasan?-dije yo entre mí-. Al infierno vamos.
Y fue así, porque al punto nos hallamos dentro por una puerta como de ratonera, fácil de entrar y imposible de salir. Y fue de ver que nadie en todo el camino dijo "Al infierno vamos", y todos, estando en él, dijeron muy espantados: "En el infierno estamos".
-¿En el infierno?-dije yo muy afligido-. No puede ser.
Y quíselo poner a pleito. Comencéme a lamentar de las cosas que dejaba en el mundo, los parientes, los amigos, los conocidos, las damas, y estando llorando esto, volví la cara hacia el mundo y vi venir por el mismo camino despeñándose a todo correr cuanto había conocido allá, poco menos. Consoléme algo en ver esto, y que según se daban prisa a llegar al infierno, estarían conmigo presto. Comenzóseme a hacer áspera la morada y desapacibles los zaguanes. Fui entrando poco a poco entre unos sastres que se me llegaron, que iban medrosos de los diablos. En la primera entrada hallamos siete demonios escribiendo los que íbamos entrando. Preguntáronme mi nombre, díjele y pasé; llegaron a mis compañeros y dijeron que eran sastres; y dijo uno de los diablos:
-Deben entender los sastres en el mundo que no se hizo el infierno sino para ellos, según se vienen por acá.
Preguntó otro diablo cuántos eran. Respondieron que ciento, y respondió un demonio mal barbado entrecano:
-¿Ciento y sastres? No pueden ser tan pocos. La menor partida que habemos recibido ha sido de mil y ochocientos. En verdad que estamos por no recibilles.
Afligiéronse ellos, mas al fin entraron. Ved cuáles son los sastres, que es para ellos amenaza el no dejarlos entrar en el infierno. Entró el primero un negro, chiquito, rubio de mal pelo; dio un salto en viéndose allá y dijo:
-Ahora acá estamos todos.
Salió de un lugar donde estaba aposentado un diablo de marca mayor, corcovado y cojo, y arrojándolos en una hondura muy grande dijo:
-Allá va leña.
Por curiosidad me llegué a él y le pregunté de qué estaba corcovado y cojo, y me dijo (que era diablo de pocas palabras):
-Yo era recuero de sastres; iba por ellos al mundo; de traellos a cuestas me hice corcovado y cojo. He dado en la cuenta y hallo que se vienen ellos mucho más aprisa que yo los puedo traer.
En esto hizo otro vómito de sastres el mundo, y hube de entrarme porque no había dónde estar ya allí, y el monstruo infernal a traspalar, y diz que es la mejor leña que se quema en el infierno sastres.
Pasé adelante por un pasadizo muy oscuro, cuando por mi nombre me llamaron. Volví a la voz los ojos, casi tan medrosa como ellos, y hablóme un hombre que por las tinieblas no pude divisar más de lo que la llama que le atormentaba me permitía.
-¿No me conoce?-me dijo-, a...-ya lo iba a decir-...-y prosiguió, tras su nombre-, el librero. Pues yo soy. ¿Quién tal pensara?
Y es verdad Dios que yo siempre lo sospeché, porque era su tienda el burdel de los libros, pues todos los cuerpos que tenía eran de gente de la vida, escandalosos y burlones. Un rótulo que decía "Aquí se vende tinta fina y papel batido y dorado" pudiera condenar a otro que hubiera menester más apetitos por ello.
-¿Qué quiere?-me dijo, viéndome suspenso tratar conmigo estas cosas-, pues es tanta mi desgracia que todos se condenan por las malas obras que han hecho, y yo y todos los libreros nos condenamos por las obras malas que hacen los otros, y por lo que hicimos barato de los libros en romance y traducidos de latín, sabiendo ya con ellos los tontos lo que encarecían en otros tiempos los sabios, que ya hasta el lacayo latiniza, y hallarán a Horacio en castellano en la caballeriza.
Más iba a decir, sino que un demonio le comenzó de atormentar con humazos de hojas de sus libros y otro a leerle algunos dellos. Yo que vi que ya no hablaba, fuime adelante diciendo entre mí:
-Si hay quien se condena por obras malas ajenas ¿qué harán los que las hicieron propias?
En esto iba cuando en una gran zahúrda andaban mucho número de ánimas gimiendo y muchos diablos con látigos y zurriagas azotándolos. Pregunté qué gente eran y dijeron que no eran sino cocheros; y dijo un diablo lleno de cazcarrias, romo y calvo, que quisiera más (a manera de decir) lidiar con lacayos, porque había cochero de aquellos que pedía aún dineros por ser atormentado, y que la tema de todos era que habían de poner pleito a los diablos por el oficio, pues no sabían chasquear los azotes tan bien como ellos.
-¿Qué causa hay para que estos penen aquí?-dije.
Y tan presto se levantó un cochero viejo de aquellos, barbinegro y malcarado, y dijo:
-Señor, porque siendo pícaros nos venimos al infierno a caballo y mandando.
Aquí le replicó el diablo:
-¿Y por qué calláis lo que encubristes en el mundo, los pecados que facilitastes, y lo que mentistes en un oficio tan vil?
Dijo un cochero (que lo había sido de un consejero, y aún esperaba que le había de sacar de allí):
-No ha habido tan honrado oficio en el mundo de diez años a esta parte, pues nos llegaron a poner cotas y sayos vaqueros, hábitos largos y valona en forma de cuellos bajos, por lo que parecíamos confesores en saber pecados, y supimos muchas cosas nosotros que no las supieron ellos. ¿Cómo supieran condenarse las mujeres de los sastres en su rincón, si no fuera por el desvanecimiento de verse en coche?, que hay mujer destos, de honra postiza, que se fue por su pie al don como a la pila santa catecúmena, que por tirar una cortina, ir a una testera, hartará de ánimas a los diablos.
-Así -dijo un diablo- soltóse el cocherillo y no callará en diez años.
-¿Qué he de callar?-dijo-, si nos tratáis desta manera, debiendo regalarnos, pues no os traemos al infierno la hacienda maltratada, arrastrada y a pie, llena de rabos, como los siempre rotos escuderos, zanqueando y despeados, sino zahumada, descansada, limpia y en coche. ¡Por otros lo hiciéramos que lo supieran agradecer! ¡Pues decir que merezco yo eso porque llevé tullidos a misa, enfermos a comulgar o monjas a sus conventos! No se probará que en mi coche entrase nadie con buen pensamiento. Llegó a tanto que, por casarse y saber si una era doncella, se hacía información si había entrado en él, porque era señal de corrupción. ¡Y tras desto me das este pago?
-¡Vía!-dijo un demonio mulato y zurdo.
Redobló los palos y callaron; y forzóme ir adelante el mal olor de los cocheros que andaban por allí.
Y lleguéme a unas bóvedas donde comencé a tiritar de frío y dar diente con diente, que me helaba. Pregunté movido de la novedad de ver frío en el infierno, qué era aquello, y salió a responder un diablo zambo, con espolones y grietas, lleno de sabañones y dijo:
-Señor, este frío es de que en esta parte están recogidos los bufones, truhanes y juglares chocarreros, hombres por demás y que sobraban en el mundo, y que están aquí retirados, porque si anduvieran por el infierno sueltos, su frialdad es tanta que templaría el dolor del fuego.
Pedíle licencia para llegar a verlos, diómela, y calofriado llegué y vi la más infame casilla del mundo, y una cosa que no habrá quien lo crea, que se atormentaban unos a otros con las gracias que habían dicho acá. Y entre los bufones vi muchos hombres honrados que yo había tenido por tales. Pregunté la causa, y respondióme un diablo que eran aduladores, y que por esto eran bufones de entre cuero y carne. Y repliqué yo cómo se condenaban, y me respondieron que, como se condenan otros por no tener gracia, ellos se condenan por tenerla, o quererla tener.
-Gente es que se viene acá sin avisar, a mesa puesta y a cama hecha, como en su casa. Y en parte los queremos bien, porque ellos se son diablos para sí y para otros, y nos ahorran de trabajos, y se condenan a sí mismos, y por la mayor parte en vida los más ya andan con marca del infierno, porque el que no se deja arrancar los dientes por dinero, se deja matar hachas en las nalgas o pelar las cejas, y así cuando acá los atormentamos, muchos dellos después de las penas solo echan menos las pagas. ¿Veis aquel?-me dijo-. Pues mal juez fue, y está entre los bufones, pues por dar gusto no hizo justicia, y a los derechos que no hizo tuertos los hizo bizcos. Aquel fue marido descuidado, y está también entre los bufones, porque por dar gusto a todos vendió el que tenía con su esposa, y tomaba a su mujer en dineros como ración, y se iba a sufrir. Aquella mujer, aunque principal, fue juglar, y está entre los truhanes, porque por dar gusto hizo plato de sí misma a todo apetito. Al fin, de todos estados entran en el número de los bufones, y por eso hay tantos; que, bien mirado, en el mundo todos sois bufones, pues los unos os andáis riendo de los otros, y en todos, como digo, es naturaleza y en unos pocos oficio. Fuera destos hay bufones desgranados y bufones en racimo; los desgranados son los que de uno en uno y de dos en dos andan a casa de los señores. Los en racimo son los faranduleros miserables, y destos os certifico que si ellos no se nos viniesen por acá, que nosotros no iríamos por ellos.
Trabóse una pendencia adentro y el diablo acudió a ver lo que era. Yo, que me vi suelto, entréme por un corral adelante, y hedía a chinches que no se podía sufrir.
-¿A chinches hiede?-dije yo-. Apostaré que alojan por aquí los zapateros.
Y fue así, porque luego sentí el ruido de los bojes y vi los trinchetes. Tapéme las narices y asoméme a la zahúrda donde estaban, y había infinitos. Díjome el guardián:
-Estos son los que vinieron consigo mismos, digo, en cueros, y como otros se van al infierno por su pie, estos se van por los ajenos y por los suyos, y así vienen tan ligeros.
Y doy fe de que en todo el infierno no hay árbol ninguno chico ni grande y que mintió Virgilio en decir que había mirtos en el lugar de los amantes, porque yo no vi selva ninguna sino en el cuartel que dije de los zapateros, que estaba todo lleno de bojes, que no se gasta otra madera en los edificios. Estaban casi todos los zapateros vomitando de asco de unos pasteleros que se les arrimaban a las puertas, que no cabían en un silo donde estaban tantos que andaban mil diablos con pisones atestando almas de pasteleros, y aún no bastaban.
-¡Ay de nosotros!-dijo uno-, que nos condenamos por el pecado de la carne sin conocer mujer, tratando más en huesos.
Lamentábase bravamente, cuando dijo un diablo:
-¡Ladrones! ¿Quién merece el infierno mejor que vosotros, pues habéis hecho comer a los hombres caspa y os han servido de pañizuelos los de a real sonándoos en ellos, donde muchas veces pasó por caña el tuétano de las narices? ¡Qué de estómagos pudieran ladrar si resucitaran los perros que les hicistes comer! ¡Cuántas veces pasó por pasa la mosca golosa, y muchas fue el mayor bocado de carne que comió el dueño del pastel! ¡Qué de dientes habéis hecho jinetes y qué de estómagos habéis traído a caballo dándoles a comer rocines enteros! ¿Y os quejáis, siendo gente antes condenada que nacida los que hacéis así vuestro oficio? ¿Pues qué pudiera decir de vuestros caldos? Mas no soy amigo de revolver caldos. Padeced y callad enhoramala, que más hacemos nosotros en atormentaros que vosotros en sufrirlo. Y vos andad adelante, me dijo a mí, que tenemos que hacer estos y yo.
Partíme de allí y subíme por una cuesta donde en la cumbre y alrededor se estaban abrasando unos hombres en fuego inmortal, el cual encendían los diablos en lugar de fuelles con corchetes, que soplaban mucho más, que aun allá tienen este oficio ellos y los malditos alguaciles; por soplar, daban crueles voces. Uno dellos decía:
-Yo al justo vendí, ¿qué me persiguen?
Dije yo entre mí: -¿Al Justo vendiste? Este es Judas-, y lleguéme con codicia de ver si era barbinegro o bermejo, cuando le conozco, y era un mercader que poco antes había muerto.
-¿Acá estáis?-dije yo-. ¿Qué os parece? ¿No valiera más haber tenido poca hacienda y no estar aquí?
Dijo en esto uno de los atormentadores:
-Pensaron los ladronazos que no había más y quisieron con la vara de medir hacer lo que Moisén con la vara de Dios, y sacar agua de las piedras. Estos son -dijo- los que han ganado como buenos caballeros el infierno por sus pulgares, pues a puras pulgaradas se nos vienen acá. Mas ¿quién duda que la obscuridad de sus tiendas les prometía estas tinieblas? Gente es esta -dijo al cabo muy enojado- que quiso ser como Dios, pues pretendieron ser sin medida, mas el que todo lo vee los trajo de sus rasos a estos nublados que los atormenten con rayos. Y si quieres acabar de saber cómo estos son los que sirven allá a la locura de los hombres, juntamente con los plateros y buhoneros, has de advertir que si Dios hiciera que el mundo amaneciera cuerdo un día, todos estos quedaran pobres, pues entonces se conociera que en el diamante, perlas, oro y sedas diferentes pagamos más lo inútil y demasiado y raro que lo necesario y honesto. Y advertid ahora que la cosa que más cara se os vende en el mundo es lo que menos vale, que es la vanidad que tenéis, y estos mercaderes son los que alimentan todos vuestros desórdenes y apetitos.
Tenía talle de no acabar sus propriedades si yo no me pasara adelante movido de admiración de unas grandes carcajadas que oí. Fuime allá por ver risa en el infierno, cosa tan nueva.
-¿Qué es esto?-dije; cuando veo dos hombres dando voces en un alto, muy bien vestidos con calzas atacadas. El uno con capa y gorra, puños como cuellos y cuellos como calzas. El otro traía valones y un pergamino en las manos, y a cada palabra que hablaban se hundían siete o ocho mil diablos de risa, y ellos se enojaban más. Lleguéme más cerca por oírlos y oí al del pergamino, que a la cuenta era hidalgo, que decía:
-Pues si mi padre se decía tal cual, y soy nieto de Esteban cuales y tales, y ha habido en mi linaje trece capitanes valerosísimos y de parte de mi madre doña Rodriga deciendo de cinco catredáticos, los más doctos del mundo, ¿cómo me puedo haber condenado? ¡Y tengo mi ejecutoria, y soy libre de todo y no debo pagar pecho!
-Pues pagad espalda -dijo un diablo; y diole luego cuatro palos en ellas que le derribó de la cuesta, y luego le dijo:
-Acabaos de desengañar que el que deciende del Cid, de Bernardo y de Gofredo y no es como ellos, sino vicioso como vos, ese tal más destruye el linaje que lo hereda. Toda la sangre, hidalguillo, es colorada, y parecedlo en las costumbres, y entonces creeré que decendéis del docto cuando lo fuéredes o procuráredes serlo, y si no, vuestra nobleza será mentira breve en cuanto durare la vida, que en la chancillería del infierno arrúgase el pergamino y consúmense las letras, y el que en el mundo es virtuoso, ese es el hidalgo, y la virtud es la ejecutoria que acá respetamos, pues aunque decienda de hombres viles y bajos, como él con divinas costumbres se haga digno de imitación, se hace noble a sí y hace linaje para otros. Reímonos acá de ver lo que ultrajáis a los villanos, moros y judíos, como si en estos no cupieran las virtudes que vosotros despreciáis. Tres cosas son las que hacen ridículos a los hombres: la primera la nobleza, la sigunda la honra y la tercera la valentía; pues es cierto que os contentáis con que hayan tenido vuestros padres virtud y nobleza para decir que la tenéis vosotros, siendo inútil parto del mundo. Acierta a tener muchas letras el hijo del labrador, es arzobispo el villano que se aplica a honestos estudios; y el caballero que deciende de buenos padres, como si hubieran ellos de gobernar el cargo que les dan, quieren (ved qué ciegos) que les valga a ellos viciosos la virtud ajena de trecientos mil años, ya casi olvidada, y no quieren que el pobre se honre con la propia.
Carcomióse el hidalgo de oír estas cosas, y el caballero que estaba a su lado se afligía, plegando los abanillos del cuello y volviendo las cuchilladas de las calzas.
-¿Pues qué diré de la honra mundana, que más tiranías hace en el mundo, y más daños y la que más gustos estorba? Muere de hambre un caballero pobre, no tiene con qué vestirse, ándase roto y remendado, o da en ladrón y no lo pide, porque dice que tiene honra, ni quiere servir porque dice que es deshonra. Todo cuanto se busca y afana dicen los hombres que es por sustentar honra. ¡Oh, lo que gasta la honra!; y llegado a ver lo que es la honra mundana, no es nada. Por la honra no come el que tiene gana donde le sabría bien; por la honra se muere la viuda entre dos paredes; por la honra, sin saber qué es hombre ni qué es gusto, se pasa la doncella treinta años casada consigo misma; por la honra la casada se quita a su deseo cuanto pide; por la honra pasan los hombres el mar; por la honra mata un hombre a otro; por la honra gastan todos más de lo que tienen. Y es la honra mundana, según esto, una necedad del cuerpo y alma, pues al uno quita los gustos y al otro la gloria. Y porque veáis cuáles sois los hombres desgraciados y cuán a peligro tenéis lo que más estimáis, hase de advertir que las cosas de más valor en vosotros son la honra, la vida y la hacienda. La honra está en arbitrio de las mujeres, la vida en manos de los dotores y la hacienda en las plumas de los escribanos. Desvaneceos, pues, bien, mortales.
Dije yo entre mí:
-¡Y cómo se echa de ver que esto es el infierno, donde por atormentar a los hombres con amarguras les dicen las verdades!
Tornó en esto a proseguir y dijo:
-La valentía ¿hay cosa tan digna de burla?; pues no habiendo ninguna en el mundo, si no es la caridad con que se vence la fiereza, la de sí mismos, y la de los mártires, todo el mundo es de valientes, siendo verdad que todo cuanto hacen los hombres, cuanto han hecho tantos capitanes valerosos como ha habido en la guerra, no lo han hecho de valentía sino de miedo. Pues el que pelea en la tierra por defendella, pelea de miedo de mayor mal, que es ser cautivo y verse muerto, y el que sale a conquistar los que están en sus casas, a veces lo hace de miedo de que el otro no le acometa, y los que no llevan este intento van vencidos de la cudicia (¡ved qué valientes!) a robar oro y a inquietar los pueblos apartados, a quien Dios puso como defensa a nuestra ambición mares en medio y montañas ásperas. Mata uno a otro primero, vencido de la ira, pasión ciega, y otras veces de miedo de que le mate a él. Así los hombres, que todo lo entendéis al revés, bobo llamáis al que no es sedicioso, alborotador, maldiciente; y sabio llamáis al mal acondicionado, perturbador y escandaloso; valiente al que perturba el sosiego y cobarde al que con bien compuestas costumbres, escondido de las ocasiones, no da lugar a que le pierdan el respeto. Estos tales son en quien ningún vicio tiene licencia.
-¡Oh, pesia tal!-dije yo-. Más estimo haber oído este diablo que cuanto tengo.
Dijo en esto el de las calzas atacadas muy mohíno:
-Todo eso se entiende con ese escudero, pero no conmigo, a fe de caballero -y tardó a decir caballero tres cuartos de hora-, que es ruin término y descortesía. ¡Deben de pensar que todos somos unos!
Esto les dio a los diablos grandísima risa, y luego, llegándose uno a él, le dijo que se desenojase y mirase qué había menester, y qué era la cosa que más pena le daba, porque le querían tratar como quien era. Y al punto dijo:
-Bésoos las manos; un molde para repasar el cuello.
Tornaron a reír y él a atormentarse de nuevo. Yo, que tenía gana de ver todo lo que hubiese, pareciendo que me había detenido mucho, me partí, y a poco que anduve topé una laguna muy grande como el mar, y más sucia, adonde era tanto el ruido que se me desvanecía la cabeza. Pregunté lo qué era aquello, y dijéronme que allí penaban las mujeres que en el mundo se volvieron en dueñas. Así supe cómo las dueñas de acá son ranas del infierno, que eternamente como ranas están hablando sin ton y sin son, húmedas y en cieno, y son propiamente ranas infernales, porque las dueñas ni son carne ni pescado, como ellas. Diome grande risa el verlas convertidas en sabandijas tan perniabiertas y que no se come sino de medio abajo, como la dueña, cuya cara siempre es trabajosa y arrugada. Salí, dejando el charco a mano izquierda, a una dehesa donde estaban muchos hombres arañándose y dando voces, y eran infinitísimos, y tenía seis porteros. Pregunté a uno qué gente era aquella tan vieja y tan en cantidad.
-Este es -dijo- el cuarto de los padres que se condenan por dejar ricos a sus hijos, que por otro nombre se llama el cuarto de los necios.
-¡Ay de mí!-dijo en esto uno-, que no tuve día sosegado en la otra vida, ni comí ni vestí, por hacer un mayorazgo y después de hecho por aumentarle, y en haciéndole, me morí sin médico por no gastar dineros amontonados, y apenas expiré cuando mi hijo se enjugó las lágrimas con ellos; y cierto de que estaba en el infierno por lo que vio que había ahorrado, viendo que no había menester misas, no me las dijo ni cumplió manda mía; y permite Dios que aquí, para más pena, le vea desperdiciar lo que yo afané, y le oigo decir: "Ya se condenó mi padre: ¿por qué no tomó más sobre su ánima y se condenó por cosas de más importancia?".
-¿Queréis saber -dijo un demonio- qué tanta verdad es esa, que tienen ya por refrán en el mundo contra estos miserables decir "Dichoso el hijo que tiene a su padre en el infierno"?
Apenas oyeron esto cuando se pusieron todos a aullar y darse de bofetones. Hiciéronme lástima, no lo pude sufrir y pasé adelante. Y llegando a una cárcel obscurísima oí grande ruido de cadenas y grillos, fuego, azotes y gritos. Pregunté a uno de los que allí estaban qué estancia era aquella, y dijéronme que era el cuarto de los que "¡Oh, quién hubiera!".
-No lo entiendo -dije-. ¿Quién son los de "¡Oh, quién hubiera!"?
Dijo al punto:
-Son gente necia que en el mundo vivía mal y se condenó sin entenderlo, y agora acá se les va todo en decir "¡Oh, quién hubiera oído misa! ¡Oh, quién hubiera callado! ¡Oh, quién hubiera favorecido al pobre! ¡Oh, quién hubiera confesado!".
Huí medroso de tan mala gente y tan ciega y di en unos corrales con otra peor. Pero admiróme más el título con que estaban aquí, porque preguntándoselo a un demonio, me dijo:
-Estos son los de "Dios es piadoso, Dios sea conmigo".
Dije al punto:
-¿Pues cómo puede ser que la misericordia condene, siendo eso de la justicia? Vos habláis como diablo.
-Y vos -dijo el diablo- como ignorante; ¿pues no sabéis que la mitad de los que están aquí se condenan por la misericordia de Dios? Y si no, mirad cuántos son los que, cuando hacen algo mal hecho y se lo reprehenden, pasan adelante y dicen: "Dios es piadoso y no mira en niñerías; para eso es la misericordia de Dios tanta". Y con esto, mientras ellos haciendo mal esperan en Dios, nosotros los esperamos acá.
-¿Luego no se ha de esperar en Dios y en su misericordia?-dije yo.
-No lo entiendes -me respondieron-, que de la piedad de Dios se ha de fiar, porque ayuda a buenos deseos y premia buenas obras, pero no todas veces con consentimiento de obstinaciones, que se burlan a sí las almas que consideran la misericordia de Dios encubridora de maldades, y la aguardan como ellos la han menester y no como ella es, purísima y infinita en los santos y capaces della, pues los mismos que más en ella están confiados son los que menos lugar la dan para su remedio. No merece la piedad de Dios quien sabiendo que es tanta la convierte en licencia y no en provecho espiritual, y de muchos tiene Dios misericordia que no la merecen ellos, y en los más en ansí, pues nada de su mano pueden, sino por sus méritos, y el hombre que más hace es procurar merecerla, porque no os desvanezcáis y sepáis que aguardáis siempre al postrero día lo que quisiérades haber hecho al primero, y que las más veces está pasado por vosotros lo que teméis que ha de venir.
-¿Esto se vee y se oye en el infierno? ¡Ah, lo que aprovechara allá uno destos escarmentados!
Diciendo esto llegué a una caballeriza donde estaban los tintureros, que no averiguara un pesquisidor quiénes eran, porque los diablos parecían tintureros y los tintureros diablos. Pregunté a un mulato que a puros cuernos tenía hecha espetera la frente, que dónde estaban los sodomitas, las viejas y los cornudos. Dijo:
-En todo el infierno están, que esa es gente que en vida son diablos, pues es su oficio traer corona de güeso. De los sodomitas y viejas, no solo no sabemos dellos, pero ni querríamos saber que supiesen de nosotros, que en ellos peligran nuestras asentaderas, y los diablos por eso traemos colas, porque como aquellos están acá, habemos menester mosqueador de los rabos; de las viejas, porque aun acá nos enfadan y atormentan, y no hartas de vida, hay algunas que nos enamoran. Muchas han venido acá muy arrugadas y canas y sin diente ni muela, y ninguna ha venido cansada de vivir. Y otra cosa más graciosa, que si os informáis dellas, ninguna vieja hay en el infierno, porque la que está calva y sin muelas, arrugada y lagañosa de pura edad y de puro vieja, dice que el cabello se le cayó de una enfermedad, que los dientes y muelas se le cayeron de comer dulce, que está jibada de un golpe, y no confesará que son años si pensare remozar por confesarlo.
Junto a estos estaban unos pocos dando voces y quejándose de su desdicha.
-¿Qué gente es esta?-pregunté. Y respondióme uno dellos:
-Los sin ventura, muertos de repente.
-Mentís -dijo un diablo-, que ningún hombre muere de repente, y de descuidado y divertido sí. ¿Cómo puede morir de repente quien dende que nace vee que va corriendo por la vida y lleva consigo la muerte? ¿Qué otra cosa veis en el mundo sino entierros, muertos y sepulturas? ¿Qué otra cosa oís en los púlpitos y leéis en los libros? ¿A qué volvéis los ojos que no os acuerde de la muerte? Vuestro vestido que se gasta, la casa que se cae, el muro que se envejece, y hasta el sueño cada día os acuerda de la muerte retratándola en sí. ¿Pues cómo puede haber hombre que se muera de repente en el mundo, si siempre lo andan avisando tantas cosas? No os habéis de llamar, no, gente que murió de repente, sino gente que murió incrédula de que podía morir así, sabiendo con cuán secretos pies entra la muerte en la mayor mocedad, y que en una misma hora en dar bien y mal suele ser madre y madrastra.
Volví la cabeza a un lado y vi en un seno muy grande apretura de almas, y diome un mal olor.
-¿Qué es esto?-dije. Y respondióme un juez amarillo que estaba castigándolos:
-Estos son los boticarios, que tienen el infierno lleno de bote en bote, gente que como otros buscan ayudas para salvarse, estos las tienen para condenarse. Estos son los verdaderos alquimistas, que no Demócrito Abderita en la Arte Sacra, Avicena, Géber ni Raimundo Lull, porque ellos escribieron cómo de los metales se podía hacer oro, y no lo hicieron ellos, y si lo hicieron nadie lo ha sabido hacer después acá, pero estos tales boticarios, de la agua turbia, que no clara, hacen oro, y de los palos; oro hacen de las moscas, del estiércol; oro hacen de las arañas, de los alacranes y sapos, y oro hacen del papel, pues venden hasta el papel en que dan el ungüento. Así que solo para estos puso Dios virtud en las hierbas y piedras y palabras, pues no hay hierba, por dañosa que sea y mala, que no les valga dineros, hasta la ortiga y cicuta, ni hay piedra que no les dé ganancia, hasta el guijarro crudo, sirviendo de moleta. En las palabras también, pues jamás a estos les falta cosa que les pidan, aunque no la tengan, como vean dinero, pues dan por aceite de Matiolo aceite de ballena, y no compra sino las palabras el que compra. Y su nombre no había de ser boticario, sino armeros, ni sus tiendas no se habían de llamar boticas, sino armerías de los doctores, donde el médico toma la daga de los lamedores, el montante de los jarabes y el mosquete de la purga maldita, demasiada, recetada a mala sazón y sin tiempo. Allí se ve todo esmeril de ungüentos, la asquerosa arcabucería de melecinas con munición de calas. Muchos destos se salvan, pero no hay que pensar que cuando mueren tienen con qué enterrarse. Y si queréis reír, ved tras ellos los barberillos cómo penan, que en subiendo esos dos escalones están en ese cerro.
Pasé allá y vi (¡qué cosa tan admirable y qué justa pena!) los barberos atados y las manos sueltas, y sobre la cabeza una guitarra, y entre las piernas un ajedrez con las piezas de juego de damas, y cuando iba con aquella ansia natural de pasacalles a tañer, la guitarra se le huía, y cuando volvía abajo a dar de comer a una pieza, se le sepultaba el ajedrez y esta era su pena. No entendí salir de allí de risa.
Estaban tras de una puerta unos hombres, muchos en cantidad, quejándose de que no hiciesen caso dellos aun para atormentarlos, y estábales diciendo un diablo que eran todos tan diablos como ellos, que atormentasen a otros.
-¿Quién son?-le pregunté. Y dijo el diablo:
-Hablando con perdón, los zurdos, gente que no puede hacer cosa a derechas, quejándose de que no están con los otros condenados; y acá dudamos si son hombres o otra cosa, que en el mundo ellos no sirven sino de enfados y de mal agüero, pues si uno va en negocios y topa zurdos se vuelve como si topara un cuervo o oyera una lechuza. Y habéis de saber que cuando Scévola se quemó el brazo derecho porque erró a Porsena, que fue no por quemarle y quedar manco, sino queriendo hacer en sí un gran castigo, dijo: "¿Así que erré el golpe? Pues en pena he de quedar zurdo". Y cuando la Justicia manda cortar a uno la mano derecha por una resistencia, es la pena hacerle zurdo, no el golpe; y no queráis más que queriendo el otro echar una maldición muy grande, fea y afrentosa, dijo:
Lanzada de moro izquierdo te atraviese el corazón
y en el día del Juicio todos los condenados, en señal de serlo, estarán a la mano izquierda. Al fin, es gente hecha al revés y que se duda si son gente.
En esto me llamó un diablo por señas y me advirtió con las manos que no hiciese ruido. Lleguéme a él y asoméme a una ventana, y dijo:
-Mira lo que hacen las feas.
Y veo una muchedumbre de mujeres, unas tomándose puntos en las caras, otras haciéndose de nuevo, porque ni la estatura en los chapines, ni la ceja con el cohol, ni el cabello en la tinta, ni el cuerpo en la ropa, ni las manos con la muda, ni la cara con el afeite, ni los labios con la color, eran los con que nacieron ellas. Y vi algunas poblando sus calvas con cabellos que eran suyos solo porque los habían comprado. Otra vi que tenía su media cara en las manos, en los botes de unto y en la color.
-Y no queráis más de las invenciones de las mujeres -dijo un diablo-, que hasta resplandor tienen, sin ser soles ni estrellas. Las más duermen con una cara y se levantan con otra al estrado, y duermen con unos cabellos y amanecen con otros. Muchas veces pensáis que gozáis las mujeres de otro y no pasáis el adulterio de la cáscara. Mirad cómo consultan con el espejo sus caras. Estas son las que se condenan solamente por buenas siendo malas.
Espantóme la novedad de la causa con que se habían condenado aquellas mujeres. Y volviendo vi un hombre asentado en una silla a solas sin fuego, ni hielo, ni demonio, ni pena alguna, dando las más desesperadas voces que oí en el infierno, llorando el propio corazón, haciéndose pedazos a golpes y a vulcos.
¡Váleme Dios!-dije en mi alma-¿De qué se queja este, no atormentándole nadie?
Y él, cada punto doblaba sus alaridos y voces.
-Dime -dije yo-, ¿qué eres y de qué te quejas, si ninguno te molesta, si el fuego no te arde ni el hielo te cerca?
-¡Ay!-dijo dando voces-, que la mayor pena del infierno es la mía. ¿Verdugos te parece que me faltan? ¡Triste de mí, que los más crueles están entregados a mi alma! ¿No los ves?-dijo, y empezó a morder la silla y a dar vueltas alrededor y gemir:
-Véelos qué sin piedad van midiendo a descompasadas culpas eternas penas. ¡Ay, qué terrible demonio eres, memoria del bien que pude hacer y de los consejos que desprecié, y de los males que hice! ¡Qué representación tan continua! ¡Déjasme tú y sale el entendimiento con imaginaciones de que hay gloria que pude gozar y que otros gozan a menos costa que yo mis penas! ¡Oh, qué hermoso que pintas el cielo, entendimiento, para acabarme! ¡Déjame un poco siquiera! ¿Es posible que mi voluntad no ha de tener paz conmigo un punto? ¡Ay, huésped, y qué tres llamas invisibles, y qué sayones incorpóreos me atormentan en las tres potencias del alma!; y cuando estos se cansan entra el gusano de la conciencia, cuya hambre en comer del alma nunca se acaba. Vesme aquí miserable, y perpetuo alimento de sus dientes.
Y diciendo esto salió la voz:
-¿Hay en todo este desesperado palacio quien trueque sus almas y sus verdugos a mis penas? Así, mortal, pagan los que supieron en el mundo, tuvieron letras y discurso y fueron discretos; ellos se son infierno y martirio de sí mismos.
Tornó amortecido a su ejercicio con más muestras de dolor. Apartéme dél, medroso, diciendo:
-Ved de lo que sirve caudal de razón y doctrina y buen entendimiento mal aprovechado. ¡Quién se lo vio llorar solo, y tenía dentro de su alma aposentado el infierno!
Lleguéme, diciendo esto, a una gran compañía donde penaban en diversos puestos muchos, y vi unos carros en que traían atenaceando muchas almas con pregones delante. Lleguéme a oír el pregón, y decía:
-Estos manda Dios castigar por escandalosos y porque dieron mal ejemplo.
Y vi a todos los que penaban, que cada uno los metía en sus penas, y así pasaban las de todos, como causadores de su perdición. Pues estos son los que enseñan en el mundo malas costumbres, de quien Dios dijo que valiera más no haber nacido.
Pero diome risa ver unos taberneros que se andaban sueltos por todo el infierno, penando sobre su palabra, sin prisión ninguna, teniéndola cuantos estaban en él. Y preguntando por qué a ellos solos los dejaban andar sueltos, dijo un diablo:
-Y les abrimos las puertas, que no hay para qué temer que se irán del infierno gente que hace en el mundo tantas diligencias para venir. Fuera de que los taberneros trasplantados acá, en tres meses son tan diablos como nosotros. Tenemos solo cuenta de que no lleguen al fuego de los otros, porque no lo agüen. Pero si queréis saber notables cosas, llegaos a aquel cerco; veréis en la parte del infierno más hondo a Judas con su familia descomulgada de malditos dispenseros.
Hícelo así y vi a Judas, que me holgué mucho, cercado de succesores suyos, y sin cara. No sabré decir sino que me sacó de la duda de ser barbirrojo como le pintan los españoles por hacerle extranjero, o barbinegro como le pintan los extranjeros por hacerle español, porque él me pareció capón, y no es posible menos, ni que tan mala inclinación y ánimo tan doblado se hallase sino en quien, por serlo, no fuese ni hombre ni mujer. ¿Y quién sino un capón tuviera tan poca vergüenza que besara a Cristo para vendelle? ¿Y quién sino un capón pudiera condenarse por llevar las bolsas? ¿Y quién sino un capón tuviera tan poco ánimo que se ahorcase, sin acordarse de la mucha misericordia de Dios? Ello yo creo por muy cierto lo que manda la Iglesia Romana, pero en el infierno capón me pareció que era Judas. Y lo mismo digo de los diablos, que todos son capones sin pelo de barba y arrugados, aunque sospecho que como todos se queman, que el estar lampiños es de chamuzcado el pelo con el fuego, y lo arrugado del calor, y debe de ser así, porque no vi ceja ni pestaña y todos eran calvos.
Estaba, pues, Judas muy contento de ver cuán bien lo hacían los dispenseros en venirle a cortejar y a entretener (que muy pocos me dijeron que le dejaban de imitar); miré más atentamente y fuime llegando donde estaba Judas y vi que la pena de los dispenseros era que, como a Titio le come un buitre las entrañas, a ellos se las descarnaban dos aves que llaman sisones, y un diablo decía a voces de rato en rato:
-Sisones son dispenseros y los dispenseros sisones.
A este pregón se estremecían todos y Judas estaba con sus treinta dineros atormentándose; tenía un bote junto a sí. No me sufrió el corazón a no decirle algo, y así llegándome cerca, le dije:
-¿Cómo, traidor infame sobre todos los hombres, vendiste a tu Maestro, a tu Señor y a tu Dios, por tan poco dinero? >>>>>>>>>
Conclusión:
Repasando la estética del barroco español en la literatura, el conceptismo, el culteranismo y el manierismo, posibles fuentes inspiradoras, todas ellas, de esta “locura felixmaximolopeña”, en la que Quevedo y Luis Vélez de Guevara, Cervantes y/o Góngora, todos a buen seguro estuvieron en la mente de nuestro maestro compositor, encontramos como de forma reducida, escueta, rebuscada, FML destaca a los 4 sastres queriendo entrar en el reino del Infierno, pero este ya estaba lleno. ¿Acaso el Infierno es limitado? Seguramente no, de ahí la incongruencia aguda, la ironía. Si en esta Obra, los protagonistas son 4 Locos, podría, por coincidencia numérica, que así mismos se consideraran “sastres”, o este Loco 4º en particular tuviera ese punto de vista subjetivo. ¿Y por qué los sastres? Puede aludir a que un sastre, metafóricamente es como un enterrador, un creador de ataúdes, que en vida ya pergeñase un hábito cerrado y encorsetado cuyo destino fuera la llave final al Infierno .También, y de oídas, yo tenía la idea de que la frase “te van a hacer un traje” es una metáfora de que te van a “matar”, o, más suavizado, vas a perder la batalla, el juego, las operaciones empresariales, o similar. Ya preparando/avisando las de las escenas finales, por ejemplo el Andantino de la Escena XVIII (En su zahúrda los cocheros… haciendo referencia al Infierno, o las Zahúrdas de Plutón), y también una posible alusión a “La divina comedia” (libro de Dante Alighieri, 1321, que relata el viaje de Dante por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, guiado por el poeta romano Virgilio. El Purgatorio radica en una montaña rodeada de precipicios, y allí las almas deben consagrarse al Bien para expiar sus culpas y ser finalmente salvadas por Dios. Opinión como la de Quevedo, quien en su “Sueño al Infierno” parece como si nadie se salvase es la más actual del pastor coreano Yong Giu Park cuando murió en 1987 (luego Jesús lo resucitó), quien dijo que por 1 persona que al morir va al cielo, 1,000 van al infierno; de por si el porcentaje de personas que llegan a nacer de nuevo poniendo su fe en Jesús como salvador, es mínimo como para además confiarse en que la salvación no se puede perder. Una de las causas es que algunos que han creído en Jesús el Cristo, llegan a abandonar su fe en él, lo cual está plasmado en las Escrituras.
La Biblia señala incluso que en los últimos días algunos (tal vez muchos) abandonarán la fé (1era Timoteo 4:1) y que en los tiempos finales lejos de venir un avivamiento vendrá una gran apostasía es decir muchos creyentes que caerán en engaño del diablo dejando su fé en Jesús previo a la revelación del Anticristo (2a Tesalonicenses 2: 1-3) , por eso Jesús decia “pero cuando regrese el hijo del hombre hallará fé en la tierra ?” (Lucas 18:8).
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